Frases de André Maurois

Nada resiste tanto como lo provisional.

Los caprichos pueden ser perdonados, pero es un crimen despertar una pasión duradera para satisfacer un capricho.

Sería necesario imponer esta regla: no repetir jamás una afirmación malévola sin verificar su contenido. Aunque es cierto que así nunca se hablaría de nada.

La acción es lo único que tiene valor. Soñar que se juega al tenis no es nada. Leer libros de tenis no es nada. Jugar al tenis es un gran placer.

El primer deber del hombre es desarrollar todo lo que posee, todo aquello en que él mismo pueda convertirse.

Al demostrar a los fanáticos que se equivocan no hay que olvidar que se equivocan aposta.

Si no quieres ser desgraciado trata a las catástrofes como a molestias, pero de ninguna manera a las molestias como a catástrofes.

La confidencia descubre quién era o no digno de ella.

El arte de envejecer es el arte de conservar alguna esperanza.

Casi todos los hombres ganan al ser conocidos.

No siempre es la multitud la poseedora de la verdad absoluta.

Las leyes no son crueles ni suaves; son inmutables, y, como tales, previsibles, cuadros fijos en cuyo interior incumbe al hombre diseñar lo mejor que sepa su destino.

Para la diplomacia una cuestión aplazada ya está resuelta.

Sin una familia, el hombre, solo en el mundo, tiembla de frío.

El origen de todos los males es la codicia.

Sólo la incertidumbre mata los celos.

Es fácil hacerse admirar cuando se permanece inaccesible.

En muchos casos encontramos móviles nobles y heroicos para actos que hemos cometido sin saber o sin querer.

No decir más de lo que haga falta, a quien haga falta y cuando haga falta.

Ser sincero no es decir todo lo que se piensa, sino no decir nunca lo contrario de lo que se piensa.

Lo bello es aquello que es inteligible sin reflexión.

Todo artista es tan múltiple que el crítico no puede dejar de encontrar en él lo que busca resueltamente y a priori.

Las huellas del hombre sobre el hombre son eternas y ningún destino se ha cruzado impunemente con el nuestro.

El arte de vivir es sacrificar una pasión baja a otra más alta.

El hombre no vive de otra cosa que de religión o de ilusiones.