El destino de toda democracia, de todo gobierno basado en la soberanía del pueblo, depende de las decisiones que adopte entre estos principios opuestos, el poder absoluto, por un lado, y por otro, las restricciones de la legalidad y la autoridad de la tradición.
Hitler nunca abandonó el manto de la legalidad, sino que reconoce el enorme valor psicológico de tener la ley de su lado. En su lugar, se dio la ley al revés y hace ilegalidad legal.
Es cierto que la legalidad no es la moral, y ajustarse a la ley es necesaria para la buena ciudadanía, pero no es suficiente.