¿A quién, entonces, tengo que dedicar mis maravillosas, sorprendentes e interesantes aventuras? a quien me atrevo a revelar mi opinión personal de mis parientes más cercanos? los pensamientos secretos de mis muy queridos amigos? mis propias esperanzas, temores, reflexiones y disgustos? Nadie!
Dios que nos creó nos ha concedido el don de la palabra para que podamos revelar las intenciones de nuestros corazones el uno al otro y que, dado que contamos con nuestra naturaleza humana en común, cada uno de nosotros podría compartir sus pensamientos con su vecino, sacarlas de lo más recóndito del corazón como de un tesoro.