He observado que el béisbol no es diferente a una guerra, y cuando se llega a fin de cuentas, nosotros los bateadores son la artillería pesada.
El efecto moral del estruendo de la propia artillería es más extraordinario, y muchos de nosotros pensamos que nunca habíamos oído ningún sonido más bienvenido que el profundo rugir y estrellarse que se inició en nuestro trasero.