Frases de Maurice Maeterlinck

Los grandes hombres y mujeres tienen confianza en el destino, conocen parte de su porvenir, porque son parte de su porvenir ellos mismos.

Cada vez que cometo un error me parece descubrir una verdad que no conocía.

El primero de nuestros deberes es poner en claro cuál es nuestra idea del deber.

A veces no nos dan a escoger entre las lágrimas y la risa, sino sólo entre las lágrimas, y entonces hay que saberse decidir por las más hermosas.

El pasado siempre está presente.

Lo mejor de los viaje es lo de antes y lo de después.

Cuando uno dice que sabe lo que es la felicidad, se puede suponer que la ha perdido.

La desesperanza está fundada en lo que sabemos, que es nada, y la esperanza sobre lo que ignoramos, que es todo.

Aprendamos a esperar siempre sin esperanza; es el secreto del heroísmo.

El dolor es el alimento esencial del amor; cualquier amor que no se haya nutrido de un poco de dolor puro, muere.

Una verdad que desanima porque es verdad es de más valor que el más estimulante de falsedades.

No es por la razón de que la justicia resortes, pero la bondad nace de la sabiduría.

En cada encrucijada en el camino que conduce hacia el futuro, la tradición ha colocado 10.000 hombres para custodiar el pasado.

Más de una felicidad en la vida, hasta un desastre, puede deberse a la casualidad, pero la paz dentro de nosotros no puede ser gobernada por el azar.

La felicidad es raramente ausente, sino que somos nosotros los que no saben de su presencia.

Recuerde que la felicidad es tan contagiosa como la oscuridad. Debe ser el primer deber de los que están dispuestos a dejar que los demás sepan de su alegría.

Un acto de bondad es en sí mismo un acto de felicidad. Ninguna recompensa viene después del evento se puede comparar con la dulce recompensa que iba con él.

Poseemos sólo la felicidad que somos capaces de entender.

Todo nuestro conocimiento más que nos ayuda a tener una muerte más dolorosa que los animales que no saben nada.

Cuando perdemos a alguien a quien amamos, nuestras lágrimas amargas que se suscitan por el recuerdo de las horas cuando no amamos lo suficiente.